Trastorno Obsesivo-Compulsivo
Antes de ver cuáles son los criterios diagnósticos de este problema psicológico, vamos a definir por un lado que es una obsesión y posteriormente que es una compulsión.
Las obsesiones se definen como ideas, pensamientos, impulsos o imágenes de carácter persistente que la persona considera intrusas e inapropiadas y que provocan una ansiedad o malestar significativos, es decir, la persona tiene la sensación de que el contenido de la obsesión es ajeno fuera de su control y no encaja en el tipo de pensamientos que él esperaría tener. Sin embargo, se es capaz de reconocer que estas obsesiones son el producto de su mente y no vienen impuestas desde fuera, tal y como ocurre en otros trastornos.
Las obsesiones más frecuentes son ideas recurrentes que versan sobre temas como la contaminación (por ejemplo contraer una enfermedad al estrechar la mano de los demás), dudas repetitivas (preguntarse a uno mismo si se ha realizado un acto en concreto, como haber atropellado a alguien con el coche o haber olvidado cerrar la puerta con llave), necesidad de disponer las cosas según un orden determinado (intenso malestar ante objetos desordenados o asimétricos), impulsos de carácter agresivo u horroroso (por ejemplo herir a un niño o gritar obscenidades en una iglesia) y fantasías sexuales (como una imagen pornográfica recurrente).
La persona con este trastorno, intenta con frecuencia ignorar o suprimir estos pensamientos o impulsos o bien neutralizarlos mediante otras ideas o actividades (es decir, compulsiones). Las compulsiones se definen como comportamientos (por ejemplo lavado de manos, puesta en orden de objetos, comprobaciones) o actos mentales (como rezar, contar o repetir palabras en silencio) de carácter recurrente, cuyo propósito es prevenir o aliviar la ansiedad o el malestar generado por las obsesiones.
Por tanto, la característica esencial del trastorno obsesivo-compulsivo, es la presencia de obsesiones o compulsiones de carácter recurrente lo suficientemente graves como para provocar pérdidas de tiempo significativas (por ejemplo dedicar a estas actividades más de 1 hora al día) o un acusado deterioro de la actividad general o un malestar clínicamente significativo. En algún momento del curso del trastorno, la persona reconoce que estas obsesiones o compulsiones son exageradas o irracionales. Este trastorno no se debe a los efectos fisiológicos directos de una sustancia (drogas, fármacos, etc) o de una enfermedad médica.
Hipocondría
La característica esencial de la hipocondría es la preocupación y el miedo a padecer, o la convicción de tener, una enfermedad grave, a partir de la interpretación personal de uno o más signos o síntomas somáticos (dolor de cabeza, manchas en la piel, etc.). Por otro lado, el miedo injustificado o la idea de padecer una enfermedad persisten pesar de las explicaciones médicas en contra de poseer tal enfermedad o problema de salud. La preocupación por los síntomas somáticos provoca malestar clínicamente significativo o deterioro social, laboral, o de otras áreas importantes de la actividad de la persona.
En la hipocondría, las preocupaciones hacen referencia a funciones corporales (por ejemplo latido cardíaco, sudor o movimientos peristálticos), a anormalidades físicas menores (pequeñas heridas, tos ocasional) o a sensaciones físicas vagas y ambiguas («corazón cansado», etc.). El individuo atribuye estos síntomas o signos a la enfermedad temida y se encuentra muy preocupado por su significado, su autenticidad y su etiología. Las preocupaciones pueden centrarse en un órgano específico o en una enfermedad en particular (miedo a padecer una enfermedad cardiaca).
Además y como hemos adelantado antes, las exploraciones físicas, repetidas, las pruebas diagnósticas y las explicaciones del médico no consiguen aliviar la preocupación del paciente. Por ejemplo, un individuo con miedo a padecer una enfermedad cardiaca no se tranquiliza aunque sepa que las exploraciones físicas, los electrocardiogramas e incluso las angiografías son totalmente normales. Las personas que sufren este trastorno pueden alarmarse con la lectura o los comentarios sobre enfermedades, con las noticias de que alguien se ha puesto enfermo o incluso por la observación de lo que ocurre en su propio cuerpo. La preocupación sobre la enfermedad se convierte a menudo en la característica central de la autopercepción del individuo, en un tema reiterado de conversación, y en una respuesta a las situaciones de estrés.
En la práctica médica la prevalencia de este problema se encuentra entre un 4 y un 9 %. La hipocondría puede iniciarse a cualquier edad, sin embargo, lo más frecuente es que empiece en los primeros años de la vida adulta. El curso es generalmente crónico en caso de no haber intervención profesional.